Siempre me han apasionado las historias. Como cinéfilo empedernido, –y supongo que ahora también se puede decir seriéfilo– me interesa tanto lo enrevesado de una historía como la forma que el narrador tiene de contarla. 

Con la fotografía se pueden contar muchas cosas. Ya lo dice la frase aquella: una imagen vale más que 1000 palabras. La imagen puede ser la huella de un suceso, el relato mudo de lo que allí pasó. Y me interesa mucho que dé pie a que el espectador ponga su grano de arena. La imagen tiene eso. Dice mucho pero no lo dice todo. Supongo que por todo esto empecé a tontear con mi cámara y el photoshop hace ya unos cuantos años. Y supongo también, que es la parte que más me llama de la publicidad. Cuando miras la imagen de un anuncio, tienes que pensar durante un segundo y de pronto se te escapa una sonrisa. Has conectado con la historia de esa imagen.

Cuando estas acostumbrado a trabajar con fotografías, los videos se te hacen muy grandes. Secuencias de imágenes, 25 por segundo para ser exactos, que explican historias a lo grande. Grande en todos los sentidos, porque ahí ya entran muchos más participantes. En mis años trabajando en grandes agencias me sorprendía cada día con los presupuestos que se fundían para un anuncio de 20 segundos para la televisión. Pero con la nueva era de móviles con cámaras de primera, le fui perdiendo el respeto a eso de ser filmmaker y empecé a contar mis propias historias con los pocos recursos con los que contaba. Y supongo que aquí estamos. Yo contando y tú leyendo. ¿Qué te parece?¿Te resulto convincente?